Mi tito RAMIRO – el de Vélez – ha muerto a los 75 años de edad víctima de un cruel cáncer de pulmón – fumó durante buena parte de su vida como un carretero -. Estoy triste porque soy consciente del dolor que representa para su familia más próxima, todos sus hijos y sobre todo su pareja, la tita Lola.
También estoy triste por el dolor que están experimentado todos sus hermanos, especialmente el de mi madre que siempre lo ha querido de una forma muy intensa y se lo que representaba para ella – en su atormentado y doloroso mundo afectivo – desde un punto de vista emocional.
Con la muerte de mi tio Ramiro, una parte de mi madre ha muerto para siempre. Cuando muere alguién a quién queremos mucho, también muere algo de nosotros..... en el caso de mi madre mueren los recuerdos – los reales y los reconstruidos en su imaginación de una niña de 4 –5 años – de su infancia robada en el Cortijo de Bentomiz,.... mueren los recuerdos difuminados de su madre y de su padre... de la familia separada y desgarrada por la puta Guerra Civil.... y de sus primeros años de soledad en la temible casa-cuna para huérfanos y niños desamparados varios en Málaga.
Muere también todo el mundo afectivo que ella construyó para paliar sus carencias afectivas... ella idealizó hasta la extenuación a su hermano Ramiro que, al parecer, fue el que mayor empeño puso en su día en intentar mantener algo de los lazos afectivos de los hermanos separados por la Guerra.
La crueldad de la muerte se ceba en los vivos, porque para los muertos ya no hay dolor que sentir, no hay sufrimiento que experimentar ni desgarro alguno... los muertos simplemente ya no están entre nosotros.
En realidad cuando decimos que lloramos por los muertos, deberíamos decir que lloramos por nosotros, por los que nos quedamos aquí.... lloramos por la parte de nosotros que se troncha en pedazos cuando se muere alguién a quién quisimos de verdad.
En todo caso si yo estoy algo triste y melancólico no es por mi tito Ramiro... es por mi tita Lola, por mis primos, por mi madre y por mi mismo y por mis propios recuerdos de aquellos veranos en Vélez en los que compartí no pocas risas y jornadas playeras con mi tito Ramiro....
Él fue feliz en vida y se ha muerto satisfecho con lo que ha dejado atrás, de eso no tengo ninguna duda. No hay, pues, porque compadecerlo ni sentirse apenado por él... se supo manejar con maestría en vida y siempre estuvo rodeado de los suyos, el clan de los Vélez...... yo estoy triste por mi, por mi madre, por mi desconsolada tita lola... hay que entristecerse por los vivos, pero nunca por los muertos.
Hay muchas personas a las que le resulta casi del todo insoportable hablar con naturalidad de la muerte. Evitan el tema como si fuese un extraño y maléfico vudú, algo que da mal fario o que, simplemente, les resulta tan desagradable que prefieren ahorrarse el mal trago.
A muchos otros no es que les resulte desagradable, sino que directamente les da miedo y les produce tal frustación hablar de la muerte de seres queridos o conocidos que no osarían jamás malgastar su tiempo en consideraciones filosóficas acerca de la temida muerte.
La MUERTE con mayúsculas, es cierto, no es un tema agradable ni elegido por la mayoría de las personas en sus conversaciones o reflexiones filosóficas. Sin embargo, deberíamos ser capaces de afrontar las situaciones de las muertes de los seres queridos con algo más de naturalidad y pragmatismo que con la fatalidad y tristeza con las que solemos hacerlo.
El otro día hablando con mi tía Ana sobre mi abuela Leo, que pronto cumplirá 93 años, le preguntábamos si no le resultaba triste y doloroso ver como, inexorable y continuamente, iban muriendo personas mayores como ella internadas en la Residencia donde está viviendo la última etapa de su vida. Desde que ella ingresó ya se le han muerto varias compañeras de habitación y muchos más compañeros de pisito.
Ana nos comentó que "para nada" porque la abuela Leo tenía mentalidad pueblerina de la de antes de la guerra, es decir, de las personas que habían convivido toda la vida con la muerte con absoluta naturalidad en los pueblos, donde todo el mundo se conocía y donde la muerte formaba parte del ritual de la vida de forma consecuente.
Probablemente es cierto que viviendo en las ciudades hemos perdido la mirada franca y serena con que veían nuestros antepasados algo tan natural como la muerte: encerrados cada uno de nosotros en nuestros escuálidos núcleos familiares (en los que solemos apartar a los ancianos de la familia y no convivimos con ellos para no ver la decrepitud y decadencia de la última etapa de la vida); enbebidos en un estilo de vida donde sólo parece valorarse la eterna juventud y vitalidad por encima de todas las cosas y donde hasta hemos alejado la mayoría de los cementerios de la ciudad para que los nichos no nos recuerden cual es el destino de todos y cada uno de nosotros.........pues eso... en este tipo de sociedad en la que vivimos no es de extrañar que siempre hayamos tenido un auténtico pavor a la muerte y evitemos incluso mentarla para no sufrir... porque ahora evitamos el dolor por encima de todas las cosas y nos hemos convertido en unos blandos que solo vemos la muerte como una frustación de nuestro destino fatal en esta vida.
En realidad, cuando muere alguien próximo a nuestro núcleo afectivo no hay ningún motivo objetivo para estar triste por esa persona... no podemos ni deberíamos compadecerla o sentir tristeza o dolor alguno por el hecho de que ya no pueda disfrutar de la vida.... el dolor y desgarro sólo tenemos derecho a sentirlo y vivirlo como una pérdida personal que nos deja huérfanos para siempre – y eso es lo realmente duro – de las viviencias, sensaciones y experiencias que podríamos seguir disfrutando con esa persona y que nunca más podremos vivir.... con la muerte de alguien a quién queremos nos mutilan nuestra delicada y fragil esfera afectiva... algo dentro muere para siempre porque no hay vuelta atrás... jamás podremos volver a reir o llorar con esa persona, nunca más escucharemos su voz, no podremos bailar con ellos o compartir veladas de ninguna clase, no habrán fiestas, ni ocio, ni alegrías, ni conversaciones de ningún tipo.... eso es una pérdida tan grande y tan frustante que el dolor que produce es directamente proporcional a lo que valorábamos a esa persona... ese es el auténtico drama de la muerte de una persona... es un drama para los que nos quedamos vivos... porque somos nosotros los mutilados.. el muerto va al hoyo y ya no sufre ningún desgarro... él no es digno de compasión ni de tristeza alguna... él simplemente ya no está,,, NO ES, es la NADA y por lo tanto no hay nada que llorar por él/ella.
LLoramos por nosotros mismos, por la pérdida que representa para nuestra VIDA. Y también lloramos o nos ponemos tristes porque la MUERTE de alguien cercano nos recuerda que cualquier día nos puede ocurrir a nosotros y eso es lo que realment nos JODE y nunca hemos sabido llevar bien.
El cruel e inexorable mensaje de la oscura muerte es que también ella vendrá a por nosotros, que no somos jodidamente inmortales y que algún día nosotros también pasaremos a englobar ese repugnante concepto de LA NADA, DEL VACÍO... un concepto que siempre produce vértigo y frustación a cualquier persona que reflexione acerca de él o ello.
Sin embargo, si dedicásemos algún tiempo – de vez en cuando – a hacer reflexiones como la que aquí yo hago, nos resultaría más fácil asimilar la muerte de los seres queridos y la nuestra propia con mayor naturalidad y sin ese desgarro que nos suele invadir. Deberíamos ser capaces de ser más maduros para afrontar algo tan simple y fácil de entender como es que la vida tiene un final ya escrito en el que todos, absolutamente todos dejaremos de SER, DEJAREMOS DE EXISTIR ALGÚN DÍA.
Eso si, tenemos derecho a pensar y desear que ese día sea muy, muy lejano.... porque al fin y al cabo es muy humano no quererse morir ... y es que sentirse vivo es algo muy placentero que debiéramos valorar más a menudo.
Corolario: Para disfrutar el inmenso placer de despertarse cada día y sentirse vivo/a para iniciar un nuevo día hay que asumir con naturalidad el hecho inexorable de la muerte.
muy bueno 10 velas negras
ResponderEliminarJopé, Víctor, hacía tiempo que no venía por aquí... Hoy he venido "a ver esta familia", y me encuentro esto...
ResponderEliminarLo siento mucho por vosotros, pero me alegro de todo lo positivo que expresas: serenidad, aceptación. Qué actitud tan sabia.
Tengo una amiga de 40 años afrontando un cáncer, creían que había metástasis, tiene dos hijas de 4 y 1 año... Acaba de saber que será duro pero que va a vivir, pero no podéis imaginar la lección de aceptación y sabiduría que nos ha regalado mientras temía que no iba a ver crecer a sus hijas.
Es imposible no convivir con la muerte, hay que estar muy sordo y muy ciego. Pero es cierto que hay tanto sordo y tanto ciego !!!
creo que mientras que alguien permanezca en la memoria y en corazón de otro ser, no se convertirá en "NADA" y que es nuestro deber, grato y muy duro a la vez,hacer que permanezca en nosotros y en los nuestros, el recuerdo de un ser querido
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